El taller de Pedro Gamundi es como cabe imaginar: tijeras, gubias, buriles, leznas y punzones esperando su turno y pieles y recortes por las estanterías.
“Carboneras, una aldea pequeña y tranquila”
A menudo escucho hablar de los tesoros que guarda una comarca, un pueblo o una ciudad. De un patrimonio atemporal encerrado en la cultura, edificios, tradiciones y monumentos, estatuas, parques o naturaleza. Pero, ¿y las personas? ¿Qué ocurre cuando esta riqueza es temporal y va unida a las manos de un pianista, un artesano o la voz de un narrador de cuentos?
Precisamente es un lugar de cuento donde he recalado hoy. Una aldea pequeña y tranquila como no otra, con sus gatos dormidos al sol y callejuelas antiguas pensadas para el paso del hombre con su animal, estrechas y desordenadas, enrarecidas por un desarrollo mágico entre el tiempo y la costumbre.
Carboneras es su nombre, enmarcada en un valle de la Sierra de Aracena, es fácil imaginar cualquier fábula o leyenda por estos parajes tan comunes en los relatos de Esopo y Bécquer.
Es en estos sitios a los que hay que venir para encontrar paz y sosiego, remanso del alma y profundidad en los pensamientos. Ver pasar los días y los meses desde la misma ventana es un placer para el que observa el cambio cromático de las estaciones con sus olores, mudas y el silencioso baile del mercurio midiendo el aire que corre.
Es en este lugar y no otro donde vive Pedro. A mis ojos aparenta más joven de lo que en realidad debe de ser. Sin duda el entorno tranquilo y su trabajo maestro dejan el calendario a un lado, lleno de polvo y con las hojas sin arrancar de cualquiera sabe qué año. Trabajar con las manos, crear con las manos, es un bálsamo para el alma y si la cara refleja el alma, entonces la luz sale del interior para los ojos que observan los detalles.
Pedro Gamundi trabaja la piel, el cuero.
Su taller es como cabe imaginar: tijeras, gubias, buriles, leznas y punzones esperando su turno; pieles y recortes por las estanterías. Sobre la mesa plantillas y marcadores con unas tijeras grandes apunto de empezar una nueva pieza. Hebillas, herrajes y utensilios del talabartero que poco a poco se han ido dejando a un lado para atender nuevas metas y diseños. A un lado, orgulloso, el trofeo del artesano: su trabajo culminado.
Carteras, cinturones, pulseras, monederos, llaveros, fundas y otras artes realizadas por el maestro. Pero mis ojos se han parado en las baldas de arriba. Un nuevo aire, un brillo de luz inédita y una fascinación por los diseños ha sido la causa. Como el David de Miguel Ángel, unas piezas maestras lucen toda su grandeza como resultado seguro de una noble labor.
La nueva colección de bolsos de Pedro Gamundi, realizados a mano uno tras otro, como los cuadros en un museo, es una de esas imágenes a las que el precio nunca termina de llegar. La mezcla atemporal de líneas suaves van más allá de modas y gustos. Colores naturales y tintas combinan a la perfección, esperando para realzar la figura de una mujer segura y elegante.
¡Ha sido una sorpresa mayúscula!
Como quien encuentra un tesoro en el lugar más inesperado, esa colección de bolsos parecía salida de cualquier salón de la moda de Italia o París. Distintos y únicos, parecían conocer la mano femenina que los aguardaban. A veces lo sublime nace donde no se espera y la dedicación y el trabajo de años toma forma en piezas que merecen toda nuestra admiración.
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Una maravilla
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